Si hubiera que nombrar un rey del salón, ese sería definitivamente el sofá, no solamente porque es uno de los elementos de mayor volumen en la estancia, sino
también porque es uno de los más utilizados. De hecho, este mueble termina por convertirse en el epicentro del salón, por lo que saber elegirlo correctamente
contribuye a dotar a la habitación de personalidad propia, al tiempo que mejora nuestro descanso.
Precisamente por este motivo, además de un dato básico como son las dimensiones del salón es muy importante tener en cuenta su distribución. Además, otro factor muy a tener en cuenta y que, desgraciadamente pasa inadvertido, es tener en cuenta quiénes van a utilizar el sofá y para qué usos concretos.
El esqueleto, básico
Un sofá no es algo que renovemos con demasiada frecuencia y, de hecho, en ocasiones se opta por un retapizado en lugar de adquirir uno nuevo, Por ello es muy
importante asegurarnos de que su armazón es sólido y resistente. Por lo general, están construidos de madera maciza o de metal (acero o aluminio, normalmente) y resulta muy conveniente que las patas formen parte de esta estructura. En los casos en los que las patas están atornilladas, corremos el riesgo de que se aflojen los tornillos, haciéndolo más inseguro.
Por otro lado, otro consejo esencial más allá del uso específico que le vayamos a dar es tener en cuenta que el sistema, ya sea de cinchas o de muelles en zigzag, que
aguanta los cojines nos parezca duradero. Asimismo, no debemos caer en el error de pensar que el relleno de los asientos y los respaldos de estos cojines ha de ser el mismo. Lo más recomendable en el caso del asiento es la espuma viscoelástica, que prácticamente no se deforma, proporciona una gran sensación de confort y, además y dado que es una de las partes que más sufren, es muy resistente.
El respaldo, por su parte, ha de conferir otra sensación, más blanda que se adapte bien a nuestra espalda, por lo que en estos casos las opciones de plumas –sobre todo de oca y pato, aunque son más caros- o de espuma HR son muy habituales, siendo adecuado reponer ésta última cada cinco años aproximadamente para no perder densidad. Estos materiales tienen la ventaja añadida de ser muy transpirables, lo que es otra cualidad muy a tener en cuenta en la elección del sofá.
La piel del sofá
Una vez que hemos resuelto lo que no se ve pero se siente, ese esqueleto que habrá de soportar nuestro peso durante una buena temporada, es preciso fijarse en la
apariencia externa, esto es, la tapicería. Aunque hay quien presta menos atención a este aspecto por ser más amigo de fundas ajustables con las que cambiar
periódicamente el look del sofá y, con ello, del salón, disfrutar del tacto y la apariencia de un buen tapizado es inigualable.
Cada material tiene sus ventajas, siendo la del algodón una de las más utilizadas por su frescura, su amplio abanico tanto de colores como de estampados y su elasticidad. Sin embargo, tenemos otras muchas opciones, como son la chenilla con su efecto tornasolado; la piel, que requiere mayor mantenimiento; o la tapicería técnica, muy de moda en los últimos tiempos por su facilidad de limpieza al incorporar
el tratamiento Aqua Clean.
En cuanto a los colores o estampados, lo más sencillo son los colores neutros (blanco, beige o gris), que encajan prácticamente con cualquier estilo decorativo de la habitación. Gracias a la flexibilidad que nos da jugar con la incorporación de cojines, podemos romper esa neutralidad al gusto con la frecuencia que deseemos. Los estampados siempre son mucho más arriesgados y, desde luego, es mejor optar por los más discretos.
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