El sector de la construcción está mucho más regulado de lo que pudiera parecer en principio. Además del Código Técnico para la Edificación (CTE), al que nos hemos referido ya en diversas ocasiones, hay un amplio abanico de normativas y certificaciones que buscan, en último extremo, el bienestar, mayor disfrute y seguridad de quienes habitan las viviendas. La Declaración Ambiental de Producto (DAP)es una de estas normas.
En realidad, la DAP se encuadra dentro de la serie de normas internacionales ISO 14020, donde aparecen tres tipos de diferentes de ecoetiquetas. Así, las de Tipo I se refieren a aquellas que cumplen ciertos requisitos ligados al ciclo de vida del producto. Las de Tipo II, por su parte, se diferencian de las anteriores en que se tratan de autodeclaraciones, es decir, no existe ninguna certificación por terceros.
DAP, en cambio, es lo que se conoce como ecoetiqueta Tipo III y sirve para ofrecer al consumidor toda lainformación necesaria sobre los productos para saber si es o no respetuoso con el medio ambiente. Una información que, no sólo ha de ser fiable y transparente, sino también verificada.
De principio a fin
Para determinar esta ecoetiqueta es necesaria una serie de aspectos según el impacto que se tiene en ellos, tales como el calentamiento global o la reducción de la capa de ozono; así como los residuos generados.
¿Cómo se hacen estas valoraciones? A través de lo que se ha bautizado como el Análisis del Ciclo de Vida (AVC), que se basa en estándares internacionales y tiene en consideración diferentes recursos e impactos en todo el ciclo de vida del producto, desde que se obtienen las materias primas para elaborarlo hasta que es eliminado. Dicho de otro modo, se presta especial atención a los procesos que tienen lugar durante el ciclo de vida del producto, esto es, desde la extracción de las materias primas y su producción a la distribución, uso y mantenimiento, y fin de vida.
En una primera fase del AVC se realiza un inventario de entradas (materias primas y energía) y salidas (emisiones, residuos y subproductos) del sistema del producto. La segunda etapa de este proceso pasa por la evaluación de los impactos ambientales asociados a esas entradas y salidas, terminando con una interpretación de las dos fases previas.
Si nos fijamos en materiales concretos, la apuesta segura es la que mira hacia la madera, las fibras naturales o vegetales o los barnices y pinturas naturales. El porqué es sencillo: al ser materiales renovables o reciclados de la biosfera presentan un nivel muy bajo de procesado industrial. En la cara opuesta de la moneda se encuentran los productos cerámicos como los ladrillos, que en su cocción consumen una gran cantidad de gas natural, algo que puede reducirse con la utilización de ladrillos de arcilla aligerada o silico-calcáreos.
El comportamiento de un edificio
El compromiso del sector de la construcción con esta problemática es tal que, aprovechando todos estos métodos y normativas, se ha trabajado en un estándar, denominado ‘Sustainability of construction works’ (desarrollado por el Comité Técnico 350 del Comité Europeo de Normalización (CEN/TC 350), mediante el cual es posible evaluar el comportamiento medioambiental de un edificio. En esencia, se trata de aplicar a todo el edificio los criterios con que se evaluaban a los materiales, es decir, producción, construcción, uso y disposición final.
La aplicación de estos criterios trae consigo muchos beneficios, puesto que gracias a las conclusiones extraídas es posible mejorar los impactos medioambientales, planificando mucho mejor las estrategias de ecoeficiencia en la edificación.
Conocer el comportamiento medioambiental de un edificio ayuda tanto a apostar por la sostenibilidad desde el inicio, con una perspectiva de diseño ecológico, como a posteriori con inmuebles a los que nunca se dio esa oportunidad y que ahora afrontan una eco-rehabilitación.
Deja tu comentario